jueves, 17 de septiembre de 2015

1.4.



Hoy decidí salir de mi casa.
Acostarme un ratitio nada más en ese pasto que solo usaba para cruzar del corredor del condominio a mi casa.

Armado con mi cuaderno, una pluma, de esas que venden en ghandi y una sábana, la cual uso para estar recostado en el suelo aun húmedo.

Me encanta ver jugar a mis gatos.
La vitalidad, agilidad y aun así amistad que expresan a la hora de tumbarse, arañarse y morderse.

Los amigos gato domésticos sin duda alguna, al ser castrados, esterilizados y domesticados, se vuelven más humanos.
Un delima es por qué el hombre actua como lo hace, a pesar de no ser privado de su potencial sexual.

¿Es nuestra razón tan potente?
¿Como para que sexo venga después de formalidades? ¿O temer el color de nuestra piel y los idiomas que hablemos sean?

Reafirmo que nunca me había sentido tanto, como un gato castrado.

De gran agrado es estar recostado, en el jardín.

Ahora que escribo sobre el pasto, las flores, la sombra de la imensa jacaranda y el ruido de la ciudad en el fondo, doy cuenta de mí.

¿Por qué diablos no uso mi jardín si todo el día estoy a un lado en mi casa?
Cuando tantas tareas se pueden hacer afuera.
Cuando este pequeño oasis en concreto, en medio de naturaleza muerta, inspira tanta liviandad. Del ser, del espíritu y del presente.
Mi cuarto esta lleno de recuerdos, lleno de pasado.
En el jardín, las flores nunca son iguales, de la noche a la mañana, al día y de nuevo a la noche.
Los días de los meses, las semanas y los años, siempre pueden ser mis gatos, mi cuaderno, mi casa, y el jardín.

Con estos pocos minutos de pasto, sol, nubes, gatos, colchas y aire libre y fresco, ya documenté un nuevo alivio y prosigo mi vaga existencia, trabajando.

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